CHINGADA ¿PALABROTA?

Zapatillas colgadas a un cable
Zapatillas colgadas a un cable

CHINGADA ¿PALABROTA?

El domingo, mi esposo me llevó a rastras a El Corte Inglés para comprar unas zapatillas nuevas porque las mías ya estaban que daban vergüenza. “Me las llevo”, le dije a la vendedora al comprobar que el nuevo par era tan cómodo como el anterior. Y ella, ante la evidencia de mi acento mexicano, me dijo con una sonrisa cómplice: “Ya vas a poder mandar estas a la chingada”, refiriéndose a mis viejas compañeras. Me dolió. Yo soy de esas que manda muy poco “a la chingada”.

Pero claro, “chingada” es una palabra que se nos escapa con facilidad a los mexicanos, aunque algunos, como yo, la usemos con prudencia. Se dice que es una de las palabras más nuestras, una piedra angular de nuestra forma de hablar y de sentir el mundo. Es una palabrota, no por grosera sino, porque no hay otra que sirve para expresar con tanto matiz el enojo, la resignación, la sorpresa, la risa, la frustración o la distancia emocional.

Según Octavio Paz, la “chingada” es un eco de una herida histórica, de la Conquista, de la violencia fundacional que nos hizo mexicanos. La palabra tiene un peso que va más allá de su sonido fuerte: es un punto de fuga, un abismo, un exilio lingüístico. Y, sin embargo, la usamos con naturalidad, la moldeamos a nuestras necesidades cotidianas. Porque “chingada” es a donde mandamos lo que nos estorba, pero también lo que nos duele, lo que queremos olvidar, lo que alguna vez fue valioso pero ahora nos pesa.

En 2010, la Real Academia Española reconoció oficialmente la palabra “chingada” en su diccionario, formalizando así su uso y legitimando su lugar en el español. 

La vendedora de El Corte Inglés la soltó con la alegría de quien cree estar compartiendo un guiño cómplice con una mexicana. Pero yo no mando a la chingada así como así. Quizá porque crecí con la idea de que hay que despedirse con gratitud, de que las cosas, como las personas, merecen respeto por el tiempo que pasaron con nosotros. Mis zapatillas viejas, descosidas y manchadas, me acompañaron en caminos largos, en días difíciles, en momentos de prisa y en otros de descanso, y les tengo reservado un final más amable.

Pero, quién sabe, quizá algún día yo también aprenda a mandar más cosas a la chingada, sin culpa y sin nostalgia.

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